Copyright Lisímaco Henao Henao. Analista Junguiano IAAP
Tolba Phanem cuenta…
"Cuando una mujer de cierta tribu de África sabe que está embarazada, se interna en la selva con otras mujeres y juntas rezan y meditan hasta que aparece la canción del niño. Saben que cada alma tiene su propia vibración que expresa su particularidad, unicidad y propósito.
"Cuando una mujer de cierta tribu de África sabe que está embarazada, se interna en la selva con otras mujeres y juntas rezan y meditan hasta que aparece la canción del niño. Saben que cada alma tiene su propia vibración que expresa su particularidad, unicidad y propósito.
Las mujeres entonan la canción y la cantan en voz alta. Luego retornan a la tribu y se la enseñan a todos los demás. Cuando nace el niño, la comunidad se junta y le cantan su canción. Luego, cuando el niño comienza su educación, el pueblo se junta y le canta su canción. Cuando se inicia como adulto, la gente se junta nuevamente y canta. Cuando llega el momento de su casamiento, la persona escucha su canción. Finalmente, cuando el alma va a irse de este mundo, la familia y amigos se acercan a su cama e igual que para su nacimiento, le cantan su canción para acompañarlo en la transición.
En esta tribu de África hay otra ocasión en la cual los pobladores cantan la canción. Si en algún momento durante su vida la persona comete un crimen o un acto social aberrante, se lo lleva al centro del poblado y la gente de la comunidad forma un círculo a su alrededor. Entonces le cantan su canción." "La tribu reconoce que la corrección para las conductas antisociales no es el castigo; es el amor y el recuerdo de su verdadera identidad. Cuando reconocemos nuestra propia canción ya no tenemos deseos ni necesidad de hacer nada que pudiera dañar a otros. Tus amigos conocen tu canción y te la cantan cuando la olvidaste. Aquellos que te aman no pueden ser engañados por los errores que cometes o las oscuras imágenes que muestras a los demás. Ellos recuerdan tu belleza cuando te sientes feo; tu totalidad cuando estás quebrado; tu inocencia cuando te sentís culpable y tu propósito cuando estás confundido."
Cómo reconocer la propia canción?
Cómo sentir esa cercanía con la vida?
Es posible cubrir esta desnudez de sentido?
Todos los días nos vestimos y nos revestimos de respuestas traídas de todas partes: política, filosofía, psicología, psicoanálisis, fármacos, música, sobreocupaciones, sexo, religión, etc. Etc. Etc.. Con suerte alguna de ellas nos hace sentir implicados con la vida de una manera misteriosa, indecible, inexplicable cognitivamente. Esta sensación de implicación con la existencia de la cual los criterios racionales de la conciencia poco pueden decir es lo que llamamos sentido y para acceder a su comprensión probablemente tengamos que acoger en nosotros instancias poco científicas en términos positivos, instancias que con la arrogancia propia de la razón denominamos irracionales o inconscientes.
Y es que la ciencia moderna se encargó básicamente de explicar los fenómenos y sus significados, sumándose a esta labor la mayoría de las psicologías. Apareció el tema de “las causas y sus efectos” como el pivote desde el cual el ser humano encontraba una cierta paz en su alma. Podríamos decir que muchos hombres y mujeres de la modernidad hallaron acorde y cómodo para su alma una verdad propia de su época o, lo que es lo mismo, el ser humano moderno ser reafirmó como sujeto moderno cuando descubrió las causas de las cuales era efecto.
Pero siempre y en todas partes algo palpita en el ser humano que no se satisface con esta lógica, hay un algo, repito, que nunca se dejó atrapar por los criterios de verdad de la lógica explicativa. Ese terreno que la filosofía simbólica denomina lo encerrado en sí, el cerco hermético o simplemente lo sagrado, nos asalta por diversos flancos: desde los sueños y las sincronicidades, pasando por esos síntomas que no desaparecen con la explicación de sus causas, hasta el hallazgo de frecuencias míticas individuales y culturales.
Carl Gustav Jung hizo parte de una cadena de estudiosos que percibió esa sensación extraña de no sentirse bien comprendido, de no encontrar sentido con los presupuestos filosóficos del positivismo. Esto, por supuesto, no quiere decir que se halla extrañado del espíritu de su tiempo, de hecho defendió el concepto clásico de ciencia mediante la aplicación del método fenomenológico en sus investigaciones.
Quien quiera explicar las causas de esta “desazón cognoscente” en Jung puede dar una ojeada a su autobiografía y encontrará la excentricidad de la madre, proclive a la percepción extrasensorial o el conflicto con su padre, un pastor protestante inerme ante las preguntas sobre el misterio lanzadas por su hijo.
Pero Jung fue algo más que un efecto de causas paternas. Fue una búsqueda incesante de sentido que legó al mundo su vida y su obra, las cuales, según sus propias palabras, son inseparables. En esa vida bebió de la ciencia de su tiempo de una manera más que directa. Participó en la fundación del psicoanálisis encontrando en Freud un maestro, del que debió separarse al verse ambos envueltos en una lucha arquetípica que podemos rastrear en su correspondencia. Aparecen allí temas típicos de las luchas heroicas: La tenencia de la verdad, la lucha contra el mal, la oposición de razas, los grupos secretos, etc.
En 1912 Jung se encuentra sólo, con unos pocos amigos que le siguen en su aventura y con el peso de la comunidad psicoanalítica dándole la espalda y en campaña para desprestigiarle. Dicho aislamiento no es sin embargo total; Jung es apreciado en algunos círculos y tiene una consulta importante. Sin dejar nunca el contacto con sus pacientes, se sume en una crisis psíquica a la que posteriormente denominaría su “enfermedad creativa”, puesto que es de su confrontación con el inconsciente que extrae sus más revolucionarias ideas para la psicología.
Surge así la Psicología Analítica frente a una psicología cada vez más racionalista, deviniendo en método que busca acoger y comprender lo irracional con parámetros y herramientas cercanas a lo imaginario que permiten un acercamiento más respetuoso a la oscuridad de lo inconsciente. En otras palabras: la Psicología Analítica quiere comprender lo irracional no como algo domeñable por vías racionales, sino como lo absolutamente otro que nos habita y que precisa de una mirada diferente. Este punto de vista revalúa totalmente el concepto de inconsciente, hasta el punto de hablar de la “sabiduría” o “creatividad” de la “personalidad inconsciente”.
Es en este sentido que la Psicología Analítica es postmoderna, pues llama a la implicación más que a la explicación. Implicación del terapeuta con la realidad psíquica propia y del paciente, con las personificaciones que a ambos habitan; implicación con lo colectivo porque todos navegamos en un mito común, implicación con lo individual porque el mito se particulariza y así se hace diverso, implicación con lo encerrado en sí y no accesible totalmente a la consciencia luminosa, implicación, entonces, con el misterio, con lo sagrado, con el secreto.
Para esta psicología no existe entonces la verdad como explicación, existe el sentido como implicación ideo-afectiva, como conmoción, como elaboración simbólica de los opuestos que no es otra cosa que aceptación de que tales opuestos nos fundan y son inevitables.
Esta psicología genera un territorio en el que nos abrimos y esperamos pacientemente la aparición de nuestra propia canción, la que nos hace sentir bien con nuestra fragilidad, tomar conciencia de nuestra imperfección y nuestra falta; pero que nos muestra que así como es no tiene que seguir siendo puesto que nos habita todo lo que no sabemos de nosotros, esa potencia inconsciente de aquello-aún-por-venir, esas y esos en que nos vamos convirtiendo.
Lisímaco Henao Henao.
Agosto 18 de 2004
Cómo reconocer la propia canción?
Cómo sentir esa cercanía con la vida?
Es posible cubrir esta desnudez de sentido?
Todos los días nos vestimos y nos revestimos de respuestas traídas de todas partes: política, filosofía, psicología, psicoanálisis, fármacos, música, sobreocupaciones, sexo, religión, etc. Etc. Etc.. Con suerte alguna de ellas nos hace sentir implicados con la vida de una manera misteriosa, indecible, inexplicable cognitivamente. Esta sensación de implicación con la existencia de la cual los criterios racionales de la conciencia poco pueden decir es lo que llamamos sentido y para acceder a su comprensión probablemente tengamos que acoger en nosotros instancias poco científicas en términos positivos, instancias que con la arrogancia propia de la razón denominamos irracionales o inconscientes.
Y es que la ciencia moderna se encargó básicamente de explicar los fenómenos y sus significados, sumándose a esta labor la mayoría de las psicologías. Apareció el tema de “las causas y sus efectos” como el pivote desde el cual el ser humano encontraba una cierta paz en su alma. Podríamos decir que muchos hombres y mujeres de la modernidad hallaron acorde y cómodo para su alma una verdad propia de su época o, lo que es lo mismo, el ser humano moderno ser reafirmó como sujeto moderno cuando descubrió las causas de las cuales era efecto.
Pero siempre y en todas partes algo palpita en el ser humano que no se satisface con esta lógica, hay un algo, repito, que nunca se dejó atrapar por los criterios de verdad de la lógica explicativa. Ese terreno que la filosofía simbólica denomina lo encerrado en sí, el cerco hermético o simplemente lo sagrado, nos asalta por diversos flancos: desde los sueños y las sincronicidades, pasando por esos síntomas que no desaparecen con la explicación de sus causas, hasta el hallazgo de frecuencias míticas individuales y culturales.
Carl Gustav Jung hizo parte de una cadena de estudiosos que percibió esa sensación extraña de no sentirse bien comprendido, de no encontrar sentido con los presupuestos filosóficos del positivismo. Esto, por supuesto, no quiere decir que se halla extrañado del espíritu de su tiempo, de hecho defendió el concepto clásico de ciencia mediante la aplicación del método fenomenológico en sus investigaciones.
Quien quiera explicar las causas de esta “desazón cognoscente” en Jung puede dar una ojeada a su autobiografía y encontrará la excentricidad de la madre, proclive a la percepción extrasensorial o el conflicto con su padre, un pastor protestante inerme ante las preguntas sobre el misterio lanzadas por su hijo.
Pero Jung fue algo más que un efecto de causas paternas. Fue una búsqueda incesante de sentido que legó al mundo su vida y su obra, las cuales, según sus propias palabras, son inseparables. En esa vida bebió de la ciencia de su tiempo de una manera más que directa. Participó en la fundación del psicoanálisis encontrando en Freud un maestro, del que debió separarse al verse ambos envueltos en una lucha arquetípica que podemos rastrear en su correspondencia. Aparecen allí temas típicos de las luchas heroicas: La tenencia de la verdad, la lucha contra el mal, la oposición de razas, los grupos secretos, etc.
En 1912 Jung se encuentra sólo, con unos pocos amigos que le siguen en su aventura y con el peso de la comunidad psicoanalítica dándole la espalda y en campaña para desprestigiarle. Dicho aislamiento no es sin embargo total; Jung es apreciado en algunos círculos y tiene una consulta importante. Sin dejar nunca el contacto con sus pacientes, se sume en una crisis psíquica a la que posteriormente denominaría su “enfermedad creativa”, puesto que es de su confrontación con el inconsciente que extrae sus más revolucionarias ideas para la psicología.
Surge así la Psicología Analítica frente a una psicología cada vez más racionalista, deviniendo en método que busca acoger y comprender lo irracional con parámetros y herramientas cercanas a lo imaginario que permiten un acercamiento más respetuoso a la oscuridad de lo inconsciente. En otras palabras: la Psicología Analítica quiere comprender lo irracional no como algo domeñable por vías racionales, sino como lo absolutamente otro que nos habita y que precisa de una mirada diferente. Este punto de vista revalúa totalmente el concepto de inconsciente, hasta el punto de hablar de la “sabiduría” o “creatividad” de la “personalidad inconsciente”.
Es en este sentido que la Psicología Analítica es postmoderna, pues llama a la implicación más que a la explicación. Implicación del terapeuta con la realidad psíquica propia y del paciente, con las personificaciones que a ambos habitan; implicación con lo colectivo porque todos navegamos en un mito común, implicación con lo individual porque el mito se particulariza y así se hace diverso, implicación con lo encerrado en sí y no accesible totalmente a la consciencia luminosa, implicación, entonces, con el misterio, con lo sagrado, con el secreto.
Para esta psicología no existe entonces la verdad como explicación, existe el sentido como implicación ideo-afectiva, como conmoción, como elaboración simbólica de los opuestos que no es otra cosa que aceptación de que tales opuestos nos fundan y son inevitables.
Esta psicología genera un territorio en el que nos abrimos y esperamos pacientemente la aparición de nuestra propia canción, la que nos hace sentir bien con nuestra fragilidad, tomar conciencia de nuestra imperfección y nuestra falta; pero que nos muestra que así como es no tiene que seguir siendo puesto que nos habita todo lo que no sabemos de nosotros, esa potencia inconsciente de aquello-aún-por-venir, esas y esos en que nos vamos convirtiendo.
Lisímaco Henao Henao.
Agosto 18 de 2004