El primer capítulo de Psicología y Alquimia está dedicado al simbolismo del proceso de individuación en los sueños. Al abordar el tema de los mandalas, Jung nos recuerda que ellos aluden a la completud o integración de las oposiciones, un proceso que no anula los contrarios (un imposible que implicaría el detenimiento de todo proceso), pero que favorece un encuentro de esos contrarios en otro nivel de conciencia (con el tema de los opuestos psicológicos nos referimos a pares como persona-sombra, masculino-femenino, pensamiento-sentimiento, sensación-intuición, extraversión-introversión, indivíduo-colectivo o ser humano-naturaleza)
Jung empieza recordando su encuentro con un monje lamaísta, quien le advierte que los mandalas que se encuentran en los templos y libros no pasan de ser “meras representaciones exteriores”; el auténtico mándala, en cambio, proviene del interior del ser humano en estados de meditación (tales como la imaginación activa), “cuando sobreviene una perturbación del equilibrio psíquico o cuando no se puede encontrar un pensamiento y se los busca porque no está contenido en la doctrina sagrada”.
Esta última idea es la que defiende Jung al integrar la observación de los mandalas en el proceso terapéutico. Los sueños que abordará en esta primera sección, serán aquellos en los que aparezcan las estructuras mandálicas básicas (circulo y cuadratura), expresadas en imágenes que no necesariamente corresponden con los mandalas conocidos culturalmente. En esto es enfático el autor y se atreve a advertir acerca de una mala interpretación de sus intenciones, al trabajar con estos símbolos y con otros provenientes de los estudios mitológicos y religiosos que adelanta. Su categórica afirmación es la siguiente:
“He observado estos procesos e imágenes durante veinte años, utilizando un material empírico relativamente grande. Durante catorce años no he escrito nada ni he dado conferencia alguna relacionada con esto para no prejuzgar mis observaciones… No se puede ser jamás suficientemente prudente en cosas de este tipo, pues el afán de imitación por un lado y una avaricia realmente enfermiza por otro, tendente a adueñarse de la pluma de otros y adornarse así exóticamente, induce a demasiadas personas a coger tales motivos «mágicos» y utilizarlos exteriormente como un ungüento. Al fin y al cabo, se hace todo, incluso lo más absurdo, para escapar de la propia alma. Se practica yoga indio de cualquier observancia, se observan mandamientos sobre la comida, se aprende teosofía de memoria, se recitan textos místicos de la literatura mundial entera: todo ello porque no se ha encontrado el hombre a sí mismo y carece de toda fe de que podría llegar de su propia alma algo útil en algún aspecto… pero si alguien que pretenda ser tomado en serio está asimismo cegado y opina que empleo métodos y doctrina del yoga, que a lo mejor hago dibujar mándalas, para llevar a mis pacientes al «punto exacto», tengo que protestar en tal caso y reprochar a estas personas una cosa: que leen mis escritos con una ligereza realmente punible. La teoría según la cual todos los malos pensamientos proceden del corazón y que el alma humana es el recipiente de todas las maldades tiene que estar profundísimamente introducida dentro de estas personas.” (O.C. 12, 126 Ed. Trotta)
La advertencia es totalmente válida, máxime cuando observamos que el interés creciente por la psicología analítica está llevando también a la aparición de un creciente número de interpretaciones desafortunadas y aplicaciones que terminan alejando a las personas de su responsabilidad básica con el alma propia en su relación con los otros y con el mundo en general; un hecho al que Jung se refiere como un "mero adornarse exóticamente”, una forma de resistencia frente a la posibilidad de que en la propia profundidad moren verdades esenciales o de que en la experiencia diaria pueda percibirse la aparición del símbolo transformador.
Si bien el símbolo es algo que podemos encontrarnos felizmente, por efectos sincronísticos, en la realidad externa; el efecto depende de que nuestra energía psíquica encuentre en la imagen el contenedor preciso. Son muchas las experiencias que dan cuenta de la aparición del símbolo desde una sensación interna conectada luego con una imagen (interna o externa), de ahí que me permita hablar de la "construcción de símbolos" en psicoterapia. Últimamente he recurrido a una técnica que consiste en conectar con una sensación o un recuerdo, tras lo cual se busca un un objeto o imagen que la refleje y, por vías meditativas, "cargar" a ese objeto con dicha sensación o recuerdo. Esto crea un símbolo que permite objetivar lo interno y relacionarse con él de mejor manera que por la mera proyección.
Este procedimiento está inspirado, por una parte, en la sugerencia de Jung de escribir y dibujar los sueños como una forma responder a la necesidad psíquica de objetivar el material subjetivo, facilitándose así el acercamiento del ego a ese mundo obtuso o aparentemente sin sentido. Por otra parte, en la experiencia de aquel niño Jung, quien en la escuela construyera una pequeña figura de madera labrada en una regla, la colocara en un lugar secreto de su casa y en los efectos que lograra. Vale la pena volver a leer este bello episodio, que Jung sitúa entre sus 7 y 9 años:
"En su extremo [en la regla] tallé un pequeño hombrecillo de unos seis centímetros con «levita, sombrero de copa y lustrosos zapatos». Lo pinté con tinta negra, lo aserré de la regla y lo coloqué en el plumier donde le dispuse una camita. Le hice incluso un abriguito de un trozo de lana. Le coloqué, además, un guijarro del Rin
liso, alargado y negruzco al cual había pintado con acuarela multicolor de modo que quedaba dividida en dos partes, una superior y otra inferior. Esta piedra la llevé mucho tiempo en el bolsillo de mis pantalones. Ésa era su piedra. Todo ello era para mí un gran secreto del cual, sin embargo, no comprendía nada. Llevé en secreto el estuche con el hombrecillo al vedado ático (vedado porque las tablas del piso estaban carcomidas y podridas y por ello resultaban peligrosas) y la escondí en una viga del techo. Con ello experimenté una gran satisfacción, pues nadie lo vería. Sabía yo que allí nadie podría encontrarlo. Nadie podría descubrir mi secreto ni destruirlo. Me sentí seguro y desapareció la penosa impresión de estar en desacuerdo conmigo mismo.
En todas las situaciones difíciles, cuando preparaba algo, o mi sensibilidad había sido herida, o cuando la irritabilidad de mi padre o la enfermedad de mi madre me agobiaban, pensaba en mi hombrecillo cuidadosamente acostado y escondido y en su piedra lisa y bellamente pintada. De vez en cuando —frecuentemente con intervalos de semanas— subía al altillo en secreto, y sólo cuando estaba seguro de que nadie me veía. Allí trepaba a la viga, abría el estuche y contemplaba al hombrecillo y a la piedra. Dejaba, además, cada vez un pequeño rollo de papel en el cual anteriormente había yo escrito algo. Lo hacía en las horas de clase con una escritura secreta inventada por mí. Eran tiras de papel de escritura apretada, que arrollaba y dejaba a la custodia del hombrecillo. Recuerdo que el acto de colocar un nuevo rollo comportaba siempre el carácter de una acción alegre. Lástima que no pueda recordar qué quería comunicarle al hombrecillo. Sólo sé que mis «cartas» significaban para él una especie de biblioteca. Tengo la incierta sospecha de que podían ser ciertas frases que me hubieran gustado en especial.
El sentido de estos hechos, o de cómo hubiese podido yo explicármelos, no representaba entonces problema alguno. Me bastaba con la sensación de renovada seguridad y la satisfacción de poseer algo a lo cual nadie tuviera acceso y que nadie supiera. Para mí era un secreto inviolable que nunca podía traicionarse, pues la seguridad de mi existencia dependía de ello. Por qué era así no me lo pregunté nunca. Era sencillamente así." (C.G. Jung y A. Jaffé. Recuerdos, Sueños y Pensamientos. Ed. Seix Barral. Barcelona, 1996)
Durante el proceso terapéutico, debido entre otras cosas a que ya no somos tan confiados como los niños, llegar a la creación de un símbolo puede tardar mucho, dependiendo del nivel de relación terapeuta-paciente y de la actitud de ambos. En todo caso debe ser un trabajo cuidadoso, pues con facilidad los pacientes nos "hacen la tarea", llevan a cabo acciones como forma de satisfacernos o cumplir infantilmente con "la norma paterna" encarnada en el proceso, y no necesariamente en relación profunda con su personalidad completa. Trabajar en evitar esto es lo que nos compromete con el alma, con su tiempo y su diversidad.
Este procedimiento está inspirado, por una parte, en la sugerencia de Jung de escribir y dibujar los sueños como una forma responder a la necesidad psíquica de objetivar el material subjetivo, facilitándose así el acercamiento del ego a ese mundo obtuso o aparentemente sin sentido. Por otra parte, en la experiencia de aquel niño Jung, quien en la escuela construyera una pequeña figura de madera labrada en una regla, la colocara en un lugar secreto de su casa y en los efectos que lograra. Vale la pena volver a leer este bello episodio, que Jung sitúa entre sus 7 y 9 años:
"En su extremo [en la regla] tallé un pequeño hombrecillo de unos seis centímetros con «levita, sombrero de copa y lustrosos zapatos». Lo pinté con tinta negra, lo aserré de la regla y lo coloqué en el plumier donde le dispuse una camita. Le hice incluso un abriguito de un trozo de lana. Le coloqué, además, un guijarro del Rin
liso, alargado y negruzco al cual había pintado con acuarela multicolor de modo que quedaba dividida en dos partes, una superior y otra inferior. Esta piedra la llevé mucho tiempo en el bolsillo de mis pantalones. Ésa era su piedra. Todo ello era para mí un gran secreto del cual, sin embargo, no comprendía nada. Llevé en secreto el estuche con el hombrecillo al vedado ático (vedado porque las tablas del piso estaban carcomidas y podridas y por ello resultaban peligrosas) y la escondí en una viga del techo. Con ello experimenté una gran satisfacción, pues nadie lo vería. Sabía yo que allí nadie podría encontrarlo. Nadie podría descubrir mi secreto ni destruirlo. Me sentí seguro y desapareció la penosa impresión de estar en desacuerdo conmigo mismo.
En todas las situaciones difíciles, cuando preparaba algo, o mi sensibilidad había sido herida, o cuando la irritabilidad de mi padre o la enfermedad de mi madre me agobiaban, pensaba en mi hombrecillo cuidadosamente acostado y escondido y en su piedra lisa y bellamente pintada. De vez en cuando —frecuentemente con intervalos de semanas— subía al altillo en secreto, y sólo cuando estaba seguro de que nadie me veía. Allí trepaba a la viga, abría el estuche y contemplaba al hombrecillo y a la piedra. Dejaba, además, cada vez un pequeño rollo de papel en el cual anteriormente había yo escrito algo. Lo hacía en las horas de clase con una escritura secreta inventada por mí. Eran tiras de papel de escritura apretada, que arrollaba y dejaba a la custodia del hombrecillo. Recuerdo que el acto de colocar un nuevo rollo comportaba siempre el carácter de una acción alegre. Lástima que no pueda recordar qué quería comunicarle al hombrecillo. Sólo sé que mis «cartas» significaban para él una especie de biblioteca. Tengo la incierta sospecha de que podían ser ciertas frases que me hubieran gustado en especial.
El sentido de estos hechos, o de cómo hubiese podido yo explicármelos, no representaba entonces problema alguno. Me bastaba con la sensación de renovada seguridad y la satisfacción de poseer algo a lo cual nadie tuviera acceso y que nadie supiera. Para mí era un secreto inviolable que nunca podía traicionarse, pues la seguridad de mi existencia dependía de ello. Por qué era así no me lo pregunté nunca. Era sencillamente así." (C.G. Jung y A. Jaffé. Recuerdos, Sueños y Pensamientos. Ed. Seix Barral. Barcelona, 1996)
Durante el proceso terapéutico, debido entre otras cosas a que ya no somos tan confiados como los niños, llegar a la creación de un símbolo puede tardar mucho, dependiendo del nivel de relación terapeuta-paciente y de la actitud de ambos. En todo caso debe ser un trabajo cuidadoso, pues con facilidad los pacientes nos "hacen la tarea", llevan a cabo acciones como forma de satisfacernos o cumplir infantilmente con "la norma paterna" encarnada en el proceso, y no necesariamente en relación profunda con su personalidad completa. Trabajar en evitar esto es lo que nos compromete con el alma, con su tiempo y su diversidad.